Es una pregunta justificada. Ya muchos creyentes antes de
nosotros estuvieron completamente convencidos de que el Señor regresaría en sus
días. Así, por ejemplo, el apóstol Pablo, el padre de la Iglesia Tertuliano, el
abad medieval Bernardo de Claraval, el reformador alemán Martín Lutero, el
fundador de la Obra Misionera Llamada de Medianoche, Wim Malgo (fallecido en el
año 1992) y muchos otros.
¿Estaban equivocados todos estos hermanos en el
Señor? No. Al contrario, vivían con la correcta actitud bíblica de esperar a
Cristo en cada momento. La última oración de la Biblia es: “Amén; sí, ven Señor
Jesús”. Y justamente en nuestros días, tenemos más motivos que nunca antes para
esperar la pronta llegada de nuestro Señor Jesucristo. Permítase ser animado a esperarlo
con renovado anhelo. No sabemos cuándo exactamente vendrá el Señor, pero el
Nuevo Testamento nos da indicaciones al respecto (por ejemplo, en Mateo 24 y
25). Por eso, no está mal observar las señales del tiempo y sacar, sin
especular, las conclusiones correctas de ellas.
Comparemos, por ejemplo, lo que
dice 2 Timoteo 3 sobre el tiempo final con la situación que tenemos hoy en el
mundo y en la cristiandad, y constatamos que el final está realmente muy cerca.
Es cierto que Pablo, al escribir estas cosas, pensaba en su época y estaba
convencido de vivir en el tiempo final.
Pero sin duda alguna, los cambios que él describe en 2
Timoteo 3:1-8, los observamos hoy con cada vez más nitidez, mientras se acerca
el regreso de Jesús. En su versión, Lutero pone un título sobre este pasaje,
que dice: la decadencia de la piedad en el tiempo final.
Este sería también un
diagnóstico acertado de nuestro tiempo. En los últimos 5 años, han cambiado
totalmente los valores éticos, anteriormente forjados por el cristianismo, en
el mundo occidental. “Antes, todo era mejor”, se escucha decir a los mayores.
Por supuesto que es una conclusión errónea. Antes, las personas sin Jesús
también estaban perdidas. Sin embargo, en el tiempo pasado, la luz de la
Iglesia de Jesús –especialmente desde la Reforma– pudo frenar el avance de
algunas aberraciones y perversiones de las tinieblas. Y en cuanto a la moral
sexual o respecto al sentido de solidaridad y de responsabilidad, nuestras
sociedades realmente están en decadencia.
Esto puede verlo hasta un ciego.
Puede ser que, en otras áreas, la sociedad occidental haya cambiado
positivamente. No todos los valores cristianos fueron tirados por la borda. El
compromiso social, por ejemplo, sigue siendo visto como una virtud. Pero muchos
valores han sido pervertidos, y ciertos círculos parecen estar firmemente
determinados en sacrificar todo lo que es santo, puro y de buen nombre sobre el
altar de la supuesta liberación sexual sin considerar lo que se pierde.
A
pesar de todo el desarrollo negativo, nosotros, como creyentes, no deberíamos
desesperarnos ni volvernos amargos o cínicos. Pues Él que está en nosotros,
sigue siendo mayor que el que está en el mundo (1 Juan 4:4). La “supereminente
grandeza de Su poder”, con la que Dios resucitó a Cristo de los muertos, obra
por la fe y por el Espíritu Santo en nosotros (Efesios 1:19-23).
Es posible
hasta que seamos llenos de toda la plenitud de Dios pues es exactamente lo que
Pablo pide para los creyentes en Efesios 3:19. Nuestro Dios es Uno “es
poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos
o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Ef. 3:2). Y esto
significa: mientras vivamos en el tiempo de la gracia y nuestro fiel Señor no
haya regresado, podemos ser luces en este mundo y obrar lo bueno. No luchamos
contra molinos, sino que trabajamos para el Señor de señores y Rey de reyes.
Yahshúa (Jesús) es más grande, y Él está con nosotros “todos los días hasta el fin del
mundo” (Mt. 28:2 ). No queremos olvidar esto, precisamente en este tiempo
final, sino que siempre lo tengamos presente. Nuestro trabajo no es en vano en
Él (1 Corintios 15:58).
¡Maranata, ven pronto, Señor Jesús!
René Malgo