martes, 3 de diciembre de 2013

UNA IGLESIA PERFECTA

Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5: 25-27).


1. Lo que creen, y creen mal

Constantemente se ha venido diciendo que Jesucristo vendrá a por Su amada Iglesia, pero que para que eso ocurra, deberá pasar el tiempo necesario, ya que no está preparada, ya que Él viene a por una Iglesia sin mancha ni arruga.
Esperan que llegue un día, no saben cuál, cuando la Iglesia debería experimentar un súbito crecimiento en santidad y también, por qué no, un crecimiento numérico considerable a nivel mundial.


Bien, y yo les digo que si eso fuera así, según ese entendimiento, Cristo no podría volver ¡Nunca!, porque ¿cuándo dejaremos los cristianos de cometer algún pecado mientras estemos en este cuerpo mortal? ¿Cuándo, o en qué momento seremos perfectos en este mundo, como lo es Cristo? y, ¿En qué lugar de la revelación de la Escritura encontramos que ha de producirse un crecimiento exponencial de la fe, cuando el Señor dijo lo contrario Lc. 18: 8; Mt. 24: 12, 37, 38, etc.)?

Sólo hay que echar la vista atrás y ver la historia de la Iglesia visible para darnos cuenta de que ni en un millón de años seremos en nuestra humanidad los creyentes, algo diferente a lo que fueron los que nos precedieron… ¿o es que acaso es razonable pretender que la Iglesia contemporánea ha de ser más santa que la Iglesia que nos precedió? ¿Acaso somos, o podemos ser, nosotros, “mejores” que ellos? ¿o es que el Espíritu Santo está ahora obrando una santificación del creyente sin precedentes? Eso vienen a creer, y enseñar, pero es falso. Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos (He. 13: 8).

¡Y todo eso es porque están equivocando el enfoque acerca de la Iglesia en el sentido que hablamos! El sentido de esos versículos de arriba es muy diferente al que muchos han creído y creen. Lo que anuncia esa escritura es que la Iglesia, desde el momento en que fue concebida,  ES sin mancha ni arruga.

2. Analicemos ese pasaje de arriba

Cristo amó a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, ¿Cuándo y dónde?: en la cruz. Allí se gestó la perfección de la Iglesia, conforme a la medida de la santidad de Cristo, la cual es absoluta.

¿Con qué propósito?: para santificarla; es decir, apartarla para sí. Todo verdadero creyente ha nacido de Dios y ha sido justificado por Su sangre, y le pertenece a Él (1 Co. 6: 19), y el conjunto de todos los creyentes de esa índole, constituye la Iglesia.

La Iglesia, según leemos, ya ha sido purificada a través de la Palabra efectiva, en su vida: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (Juan 15: 3).
Asunto concluido.

Todo ello, ¿con qué fin?: Para que Cristo se presente a sí mismo esa Iglesia que ha preparado para sí.

En la economía de Dios, esa Iglesia es gloriosa: “y juntamente con Él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Ef. 2: 6).

Esa Iglesia, la rescatada de este mundo corrupto, la de todos los tiempos desde que fue creada, no tiene mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que es santa y sin mancha.

La Iglesia que Cristo viene a buscar, es la formada exclusivamente por todos aquellos que son hijos de Dios por adopción; los que un día, y por designio de Dios Padre (Jn. 1: 13; Ef. 1: 5), recibieron a Jesús, creyendo en Él.
Todos ellos, a pesar de su condición de humanos (Ro. 8: 14-25), y por tanto falibles, no viven según la carne, sino según el Espíritu, haciendo morir, por consecuencia, las obras de la carne en las que solían vivir antes de ser hijos (Ro. 8: 13 14).

En ese proceso de santificación por parte nuestra, nuestro Abogado que es Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, intercede constantemente por nosotros en el cielo.

El Señor Yahshua regresará a por Su Desposada en el momento en que el Padre le diga de ir, y ese momento preciso, es desconocido para nosotros.

¡Cristo puede regresar por Su Iglesia en cualquier momento!

3. Concluyendo

Jamás olvidemos que una cosa es el proceso de santificación en el que todos y cada uno de los verdaderos hijos de Dios estamos, a causa de nuestra implícita imperfección (ver Ro. 7: 15ss), y otra cosa es nuestra condición de santos, y por tanto, más que vencedores, que nos ha sido dada por Aquél que nos amó (Ro. 8: 37).

La santidad en nosotros, es de Dios; Él es quien nos ha hecho santos a todos los que pertenecemos al Hijo de Dios, rescatados por Su sangre.

Fuente: Centro Rey, Madrid, España.

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